domingo, 10 de octubre de 2010

El Vino de la Soledad



Soledad, tus ojos, mis ojos;
aquellos resplandecientes de alegría
en el fondo ocultan un poco de llanto.
Llanto que como aguas turbulentas te rodea y me rodea.
No dejes ahogar mi aliento en el tuyo.
Desátame! déjame escapar
y escucharás de nuevo mi canto.


Descubierto por un anónimo en una noche de ilusión


V. Mad
©

El MuErTo


Sábado en la mañana, un hombre que despierta con el sol, pero que en realidad hubiera preferido despertar en la oscuridad, en la oscuridad de pensamiento, en la oscuridad de la inexistencia.
Un hombre que no soporta ni su propio aliento. Aliento fétido de vino descompuesto que entre los capullos de las polillas y las colillas de los cigarros, se fermenta.
Hombre que posee una autoestima inferior a la que tendría un mísero molusco. Sólo quejándose y quejándose y no hace nada, absolutamente nada diferente de criar bichos que luego le sacaran los ojos. Que luego le dejaran en la orilla del camino, totalmente solitario, totalmente vacío y sin esperanzas. Una vida bohemia carente de sentido, a no ser que su sentido sea el no-sentido. Una vida de caminar por zonas donde la luz no llega, donde la luz teme entrar por miedo a ser aniquilada. Vida de carreras que comenzó por una desilusión en su mundo, en su mundo que ya marchito imploraba ayuda. Vida falacia que comenzó con una idea romántica y que ahora lo carcome. Lo carcome al punto de dolor, de no importarle nada y de salir en busca de su panacea. Panacea que no es más que una polilla, una simple polilla, que se alimenta de sus células nerviosas. De principio le subestimó, más a medida que la arena cayó, fue tomando forma. Forma de rapaz ave que negra hedía a muerte, a taladro destrozando sus sesos y a Eva comiendo de la manzana y por tanto, jodiéndolo.
Ser con mucho talento arrojado de una sola vez a la letrina, a la letrina que jamás devuelve pero él cree que en un mañana lo hará. El arte y la polilla, la polilla y el arte, un matrimonio que cree perfecto, en que uno no puede estar sin el otro y que en realidad viven felices los cuatro. Del cine a la fotografía, de la fotografía a la poesía, de la poesía a la pintura, de la pintura a la literatura y al fin y al cabo es sólo al teatro. Al teatro del absurdo que ni él mismo creería, que si pudiera entrar de espectador y verse a si mismo, se aterraría de lo mal que actúa.
Un hombre que siente lastima de si mismo, que se siente el ser más importante de todo el cosmos. Que no puede ver más allá de sus narices por su maldito egoísmo.
Un hombre que le teme a todo, a una hormiga, a un te quiero y a un balazo en la cabeza, y por esto se abstrae. Haciendo que las polillas crezcan y se procreen cada vez más, tomando nuevas formas, pero aun así con el mismo fin, comer y comer sus neuronas.
Un hombre que dice ser pero que no es y nunca lo será. Un hombre que intenta huirle a su propia sombra, que corre y corre pero qué...si la Luna es más grande.
Un hombre que ha perdido brillo en los ojos y no es consciente de ello. Y un hombre que ha perdido intensidad en el brillo de sus grandes ojos, está muerto.

V. Mad
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El Espejo


Un grupo de hombres que sólo se dedicaban a criticar y criticar, pero de repente quedaron atónitos y sus cuerdas vocales no vibraron más. Todas sus críticas no eran más que el reflejo, que el reflejo de su propia imagen en el espejo.


V. Mad
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Yo, Damián Quintero


Mientras los pitos de los autos chillaban como un cantar de ranas desesperadas, y los pasos de cientos de peatones marchaban al compás de aquel reloj gigante, impresionante, que no se ve, que no se escucha, pero que se percibe en aquella atmósfera densa, nebulosa, confusa y la verdad irreal de aquella metrópoli, yo Damián Quintero, estudiante de literatura, desocupado, sin novia conocida, y terriblemente soñador, abstraído de la realidad objetiva y de todo lo que me pueda conducir a ella, asisto a una de mis mejores películas de amor, pasión, intriga, instintos desenfrenados y locura en una de las más exclusivas salas de cine en movimiento que existen, eso por supuesto sucede en el interior de mi cabeza. La historia es sencilla y en realidad para no complicarnos puede ser resumida en tan sólo unas cuantas palabras frías y sin ningún sentido.
Todo comenzó un día de tantos, cuando me desperté sin ganas de nada, aburrido y con una terrible pereza por todo. Yo estaba allí, tendido en aquella cama de malla, era ella y yo, unidos eternamente en aquella horizontalidad, y a decir verdad aquella situación no me gustaba para nada. Me era imposible moverme, por más que lo intentaba una y otra vez no lo conseguía. Pasaban los minutos, pasaban las horas, y los días. Pasaron la primavera y el verano, todo seguía igual, el techo allí frente a mis narices, en cualquier momento podía venirse a bajo y mi lengua ni se movía. Me sentía vulnerable y estúpido. Temía incluso que a las cucarachas y a las hormigas les diera por incluirme en su dieta. El mundo afuera seguía girando y yo Quinterito postrado en esta inmunda cama de malla sin poder unirme y girar con él.
Pasaron varios años y ya hasta empecé a sentirme personaje expresionista, yo Damián Quintero convertido en Gregorio Samsa, pero de repente todo termino y me levanté. En ese momento decidí investigar acerca de lo sucedido y buscar ayuda para que nunca más aquella pesadilla se repitiese, así que fui a un tratamiento psicológico y ahí a grosso modo termina esta historia. En realidad este hecho tan trivial no tiene nada de interesante, realmente no ocurrió nada excepcional que pueda ser escrito y leído así que lo dejare a un lado y me centrare en lo que no sucedió, en lo imaginario.
Después de asistir a varias citas con una doctora especializada en Psicología Clínica, mi depresión, mi terrible pereza fue desapareciendo, era indudable mi progreso y no sólo se debía a su inteligencia y a su bríllate pensamiento teórico sino también a su suavidad, solidaridad y a su gran sentido humanista. Poco a poco deje de verla como a una persona extraña y empecé a sentirla muy cercana, como si le conociese de tiempo atrás, como a esa vieja amiga con la que hay total confianza y sinceridad, y no importa que la veas todos los días o que la llames en su cumpleaños, pues siempre está presente ahí, en eso que algunos llaman corazón. Al principio a pesar de mi tristeza sin motivo, cuando llegaba a su consultorio,
mi animó mejoraba notablemente y mis temores desaparecían en su mayoría. Mi comportamiento allí dentro de esas cuatro paredes con ella, era un poco distante pero no porque así lo quisiese sino porque me parecía que así debia ser, y de hecho yo Damián Quintero no quería incomodarla y por nada del mundo hacerla sentirse prevenida y observada. Eso sería terrible y la objetividad del tratamiento se vendría a bajo. Pero no todo seguiría así, unas semanas más tarde iba yo en un autobús, rodeado de gente impaciente, egoísta y desesperada por llegar a sus lugares de trabajo. El caos de la gran urbe era evidente y también la locura de la mayoría de sus habitantes. Yo el soñador Quintero como me decían en el colegio iba al encuentro con la doctora. Teníamos cita a las nueve de la mañana, iba un poco nervioso por aquello de mis sentimientos y porque esta cita no era como las demás, no era en su horrible consultorio, no es que tenga algo en contra del suyo, la verdad es que los consultorios en general me parecen horribles, y a pesar de que los decoren con plantas, bellas obras de arte, cómodas sillas, bibliotecas imponentes, tapetes, música ambiental y de vez en cuando una hermosa modelo como secretaria en la sala de espera, en serio, no me pueden engañar, son sinónimo de enfermedad, de tristeza y no me podrán gustar nunca. Por eso esta cita sería diferente, de hecho no la veía como cita psicológica ni nada por el estilo sino simplemente como el encuentro con la persona que te deslumbra y con la cual te sientes bien.
Continuaba nervioso ahora caminando a su encuentro, la Iglesia de aquel parque a medida que yo paso a paso andaba se iba haciendo más y más grande e incluso terriblemente hermosa. Es extraño como a veces no te das cuenta de lo que te rodea, pero más extraño aun, es cuando descubres tu falta. No estaba seguro si era ella, realmente se veía diferente sin su bata y fuera de su consultorio. Ella era demasiado joven, con su cabello aun mojado con olor a frutas silvestres, y su maleta de estudiante. Me sentía extraño, pero me sentía demasiado bien, tanto así que trate de controlarme para no pasar de confianzudo, pero creo que no lo logré. La fuerza que emergía de mi interior era mucho más grande que aquel impulso por controlarla. La doctora... no, no puedo seguirle llamando así, siento un terrible impulso por llamarle por su nombre y para ser sincero tanta formalidad me tiene harto. Yo Damián Quintero, impulsivo, y a veces hasta maleducado por mi sinceridad desmedida, me declaro libre desde este momento, así que le llamaré por su nombre: Susana, Susanita.
Susanita era muy joven, su pinta de universitaria iba en contradicción con lo que la sociedad decía que debería ser el aspecto de un doctor, es decir, frío, como el témpano que llevó al hundimiento del gran Titanic en las profundidades. Ella no sólo se veía diferente, también su comportamiento era diferente, sus bellos ojos se veían más brillantes y claros que de costumbre, la amante de la libertad y el cambio nacía en ese momento ante mis ojos asombrados e incrédulos. Ese primer impacto sin lugar a dudas transformo algo en mi interior que en ese momento no lograba descifrar.
Hablamos un par de palabras allí en aquel parque, a nuestras espaldas aquella enorme Iglesia y siendo honesto, sentía un gran alivio que estuviéramos en esa posición y no en otra. Prefería no tener a mi vista aquella creación católica, castigadora y creyente en que debíamos cargar con una gran culpa, la prefería a mis espaldas y no recordándome lo pecador y malo que era. En este momento mi vida daba un giro y el mundo ya no era el mismo. Las palomas buscaban migajas en el piso, otras volaban y yo a esas las prefería, no hay nada que hacer sobre este suelo, arriba hay mucho más espacio y si se tienen alas porque no aprovecharlas. Susanita había decidido ir al Jardín Botánico y yo Damián Quintero sin ningún tipo de quejas, la apoyaba. Algunas dudas viajaban desde otros mundos y caían en mi cabeza, ¿acaso la terapia de inmersión no era tener contacto con aquel mundo caótico que me rodeaba y me atemorizaba? Confiaba plenamente en ella y además me importaba un pepino si me enfrentaba o no a mis temores, estaba feliz, no sabía el porque pero a quién diablos le importaba, sólo lo estaba y punto.
Allí estaban los dos rodeados de sol, de nubes y de plantas, tanto esplendor inspiraba aun más al joven Quinterito. Su energía vibraba al ritmo de la naturaleza y su imaginación volaba a lugares desconocidos. Susanita a medida que caminaba lo interrogaba sobre algunas de sus ideas, lo raro es que ya habían hablado de esas cosas pero a él seguro no le importaba mucho tener que repetirlas. Tanto verde a su alrededor hacia que su cabeza se desatara. No podía seguir conteniéndose y pronto empezó a liberarse y a preguntar a Susanita por su vida privada. Al principio note cierta distancia, respuestas cortas tal vez por cordialidad, un poco de prevención de su parte y como no si ya Quinterito le había escrito algunas de sus dudas sobre aquel experimento que ella por primera vez realizaba, y entre líneas trató de mostrarle a la doctora Susanita sus preocupaciones con respecto a sus sentimientos y ella seguro que lo había entendido pero trataba de no ser tan directa con el tema. Lo que no sabían ninguno de los dos es que a pesar de todo, esta situación de Damián Quintero con las mujeres era uno de los principales problemas que lo conducían a la desesperación, al vacío y a desesperanza. Y allí poco a poco junto a árboles, flores y pájaros de plástico ellos se enfrentaban al problema sin tener plena consciencia de ello. O tal vez ella lo sabía pero tenía dificultad para decidir al respecto y prefería mantenerse al margen y no cambiarle una dependencia por otra, o todo lo contrario, actuaba con absoluto conocimiento de cada suceso y todo lo tenía controlado.
En un momento cerca de los helechos Susanita le miro fijamente a los ojos, como queriendo ver en su interior, tomo fuerzas y trató de preguntarle algo al respecto, pero se contuvo y no dijo nada. Yo narrador omnisciente, entro en este juego desde ahora, y desde mi perspectiva así fueron los hechos.
Susanita me miro fijamente a los ojos, una mirada profunda que trataba de investigar mis pensamientos, sentí un poco de vergüenza y mi mirada pronto enfoco el suelo. Sentía que ella lo tenía todo controlado y que todo era parte del experimento. Seguimos caminando, hablando, sonriendo, y yo Damián Quintero sentía como Susanita iba rompiendo con aquella coraza y de repente comenzaba a contarme cosas de su vida, como a cualquier persona y no a su paciente. Descubrí además de todo que había estudiado filosofía, que era profesora de esta materia en una importante universidad, que había realizado una especialización de psicoanálisis en el exterior y además de todo que en su interior se hallaba una bella persona, que era emprendedora, idealista, amante de la libertad, una joven individualista con gran capacidad de mando y autodominio, aspirante a la universalidad y al misticismo. Inesperadamente me sentí mucho más tranquilo, y ella al parecer se sentía igual.
Siguieron paseado por el jardín de las rosas, Susanita estaba feliz, y Quinterito estaba encantado con su nueva amiga. Se notaba que le admiraba y respetaba mucho y que por sobre todas las cosas quería que ella se sintiese bien y en confianza. Pasaban las horas y pronto todo llegaría a su fin, cosa que a Damián Quintero no parecía mucho importarle, se le veía seguro e ilusionado. A ella tampoco parecía importarle la hora, era como un alejarse del todo por un momento, se le veía en una actitud extraña, quien sabe si calculada pero al parecer su actitud parecía muy honesta.
Era ya la una de la tarde y todo había terminado, yo salía contento, tranquilo, y confiado en que me había portado bien. Al recoger las maletas en la entrada me acorde que debía entregarle un sobre que mi familia le había enviado, en el rostro de Susanita hubo una transformación extraña, la sentí diferente, no puedo describir aquella sensación pero no fue grata para mí. Yo Damián Quintero trataba de analizar que había pasado, porque aquel cambio, ¿acaso había dicho algo malo?, seguro que sí. Que estúpido, se trataba del cheque de pago, el dinero siempre lo jodia todo, pero la culpa era mía, como no lo pensé antes, tal vez le hice sentir mal, o ella simplemente se sintió mal por aquel choque con la realidad, Susanita era la doctora y yo Damián Quintero el paciente y así eran las cosas, dinero por tiempo y nada ni nadie podía transgredir aquella situación. Que horrible sentimiento en mi pecho, en mi garganta, tantas ideas, tantas teorías y lo peor de todo era que no podía hacerlas publicas, no podía decirle a Susanita cual claro estaba yo al respecto, es decir, que yo Quinterito soñador sabia diferenciar mis sueños o tal vez pesadillas, de la realidad objetiva, de la realidad concreta y que tantas películas que se generaban en mi mente eran sólo y únicamente como la palabra misma lo indicaba: películas, ficciones basadas en la realidad pero nunca las consideraba reales.
De regreso al punto de partida, Damián Quintero insistía en ir a almorzar con la doctora Susanita, él más que por el hambre, trataba de disfrutar los últimos instantes de su compañía, trataba de capturar todo lo que ella decía y hacía, al punto que Susanita termino por darse cuenta de sus intensiones y el nerviosismo le atrapó, al punto que al pinchar la mazorca de aquel plato típico, esta voló por los aires y le ensucio su vestuario. Quinterito le miraba y trataba de hacerla sentir bien, de hecho le importaba un pito lo sucedido, pero al ver el rostro de Susanita un poco atomatado, se sintió culpable de aquella desgracia. Él creía haber causado aquella situación, ella al parecer se sentía un poco vulnerable, juzgada y observada.
No sabía donde meterme, estaba tranquilo pero Susanita no lo estaba. La comida estaba deliciosa pero mi apetito no era muy grande, además era un poco tarde y ella debía ir a cumplir con sus obligaciones y yo Quinterito el soñador la estaba retrasando. Tome un poco de refresco y casi deje toda la comida, intranquilo fui a pagar para que ella no lo hiciera y no sé que paso después, todo era diferente, sentí a Susanita como distante, nerviosa, como molesta. Yo por supuesto sabía que ya todo había terminado, pero no entendía su actitud, que extraño. Caminábamos rumbo a la avenida octava, yo Quinterito impertinente le preguntaba si ya se iba para la universidad y ella Susanita nerviosa no sabía que decir, la sentía como pensativa como preguntándose internamente que hago, como me lo quito de encima sin que se sienta mal, como preguntándose que carajo tendrá este ahora en la cabeza, que ideas raras se le habrán metido y yo Damián absolutamente a la expectativa, sin saber que hacer ni que decir, sin saber que había causado tal malentendido, sin saber el porque de su comportamiento tan diferente al del Jardín Botánico. Inmediatamente pensaba en aquel paraíso perdido y en uno de los tantos jardines, aquel jardín de rosas que a ella le había atraído al máximo y que era como su sueño de infancia que había recordado en la madurez. La realidad era absurda e incomprensible en ese momento. Luego al llegar a la avenida Susanita decía adiós y yo Damián Quintero así lo entendía. Mi cara de estúpido debió ser evidente. No esperaba absolutamente nada fuera de lo común pero imaginaba que todo lo sucedido por lo menos había cambiado nuestra relación doctor-paciente y ahora a pesar de todo era más como una amistad. Ella se alejaba y yo internamente me decía que pasó aquí, porque aquel comportamiento tan distante, tan frío, ¿acaso sería parte también del tratamiento?, era como un no te pienses nada raro, o un recuerda que nuestras vidas las separa un escritorio y una bata blanca o un titulo que certifica que yo estoy a un lado y tu estas en el otro. Evidentemente el culpable de todo esto era yo Quinterito soñador, que jodida vida, que desilusión, que sociedad de mierda. Tomé un autobús rumbo a cualquier parte y el que carajo estoy pensando se cruzo por mi cabeza, tan sólo fue una despedida, sí algo fría y todo pero que quería. Ya el viaje rumbo a cualquier parte se convertía en una ida a escalar, en un que rico la pase, en que chevere haber conocido a alguien así tan comprometida con sus ideas y pronto el animo de nuevo subió.
Al día siguiente de nuevo aparecía la persona agradable y fresca. La doctora Susanita con mucha alegría en su rostro, con tanta paz interior, y Damián Quintero de nuevo tranquilo y convencido de que no había pasado nada. A ella aún le inquietaban ciertas cosas de lo que él anteriormente le había escrito, lo mencionaba y observaba su reacción, le preguntaba que qué quería decir con justificar lo injustificable pero no se decidía a preguntar con mayor precisión, luego le interrogó acerca del paseo del día anterior. Él, Quinterito, un poco apenado y tratando de encontrar las palabras adecuadas para hablar de aquel día en el Jardín Botánico, se sinceraba a cada momento y pronto se desahogo con lo que le rondaba por la cabeza. Ella poco a poco también se sinceraba y pronto decidieron para un próximo encuentro comparar puntos de vista, reacciones, ideas absurdas y cualquier cosa que haya sido interesante para ambos. Incluso Susanita muy inteligentemente le colocaba trampas y él Quinterito inocente, caía como cae un sapo en un charquito; lleno de alegría. Susanita le pregunta que qué planes tiene para el fin de semana y él sonriente, le mira como quién ha logrado algo que no se esperaba y de pronto se da cuenta de su estupidez y se ríe como quien se ha delatado a si mismo. Ella también analiza la situación pero sus pensamientos me son imposible conocerlos.
Yo narrador omnisciente creo que hemos llegado al punto climático de esta historia, las ideas absurdas, los sueños, la imaginación desmedida de Damián Quintero culminaran en aquella próxima cita, todos los detalles más trascendentales serán comprobados, discutidos y evidentemente de allí saldrá un veredicto, no propiamente con un ganador o un perdedor pues sin lugar a dudas Susanita y Quinterito aprenderán mucho de todo esto.

V. Mad
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jueves, 7 de octubre de 2010

EL BLOqUEO


Es un día como cualquiera, la noche, las estrellas, las montañas. Quienes somos, de donde venimos, son preguntas que siempre se me pasan por la cabeza. Todo parece, nada es…. Podemos cuestionar, para que, no hay respuesta.
Todo parece en orden, ni una sola letra más en el documento. Varios años de espera y aun no consigo superar el bloqueo de mi cerebro. Los doctores creían que…ya no creen nada. Ayer todo indicaba que mañana podía ser, pero hoy que escribo esto sé que no pudo ser. Es complicado pero siempre ha sido así. La historia es sencilla o no es historia ni es sencilla, en fin el bloqueo.

Tres de la mañana, camino yo, ¡que digo! dos o dos y media, no importa, las sombras ocultan mi rostro, el frío de la noche hiela mi hígado. Los perros no dejan de aullar a la Luna. Un ambiente sórdido, algo misterioso. Una flor negra alumbrada por la luz de un farol me causa curiosidad. Es perfecta, pétalos, tallo, espinas. Me alejo adentrándome en mis pensamientos. Quién puede haberla dejado allí, abandonada al destino de algún transeúnte curioso hasta malévolo que no dudaría en echar un par de miradas a uno y otro lado y tomarla velozmente para ocultarla debajo de su abrigo…puede que no sea así, tal vez el frío de la noche llegará a marchitarla.

Me levanto de la cama y pienso en aquella rosa negra, detalles como estos la impactaban, la desquiciaban al punto de buscarme por años y seguir en el juego. Nunca nos encontramos, nunca la llegue a conocer físicamente, vi sus ojos escaneados en mi correo. Es la única imagen que tengo de ella, tal vez, quizás sean falsos y aquellas pupilas, iris, párpados, cejas, sean de cualquier revista vende-niñas-ingenuas a consumidores en celo.

Atardecer, parque, voy corriendo y estoy nervioso. Me detengo y no sé porque corría y porque estaba nervioso. Un agua helada y gaseada baja por mi garganta, pago a la joven de patines, licra y gorra amarilla, no tiene vueltos y sigo mi recorrido. Camino aún un poco agitado, trato de recordar pero no puedo y ya no importa. Compro el diario y las noticias parecen ser las de hace un siglo, nada ha cambiado, el ciclo continua y parece que la mayoría no se percata de esto. Aun veo rostros de hombres, mujeres, ancianos y jóvenes asombrados por lo sucedido. Me dirijo ahora hacia…es mejor sin nombres, la puerta se abre, la multitud baja, la multitud sube, la puerta se cierra. Es el lugar no cabe duda, los afiches, las paredes, el azul predominante, el viejo Johnny, la alegría de su Saxo, es imposible no darle algunos centavos. Nos conocemos, él siempre esta allí lamentándose y yo siempre estoy aquí deleitándome con su sufrimiento. Las escaleras no funcionan y la muchedumbre batalla por alcanzar un nuevo escalón. Del otro lado del andén bicicletas y monopatines, uno que otro perro guiado por su amo-collar-inalámbrico. Este lugar no cambia a pesar de todo, carteles, autos, rojo verde, rojo, cruzo la esquina, el poste, el farol, el afiche cine club “Mamaos del Cine Fieles” presenta documental “UN ARIO EN EL CONGO”.

Sé que busco algo pero no lo recuerdo. No es fallo de memoria, ni amnesia, ni mucho menos E.M. (Erosión de Memoria) la droga Loriguiana, pero sé que hay algo allí, o sus indicios, punto a punto, sólo debo unir las líneas y hallaré la respuesta, si es que hay una.
Me siento, un café con mucha crema, gracias. Las gafas me molestan un poco, pero el sol en los ojos es mucho peor así que decido dejarlas. Tres minutos habían pasado y la incertidumbre comenzaba de nuevo, el bombardeo no hizo esperar y lo más jodido es que no sabia porque el gobierno ruso los había abandonado y que ocultaban tras aquel silencio fantasmal. Porque años después de la guerra fría un submarino cargado de armas nucleares aún se paseaba por el Ártico.
Estoy conectado a algo, es mi mente, es mi ser, no estoy seguro, sólo lo siento. A veces puedo olfatear a distancia, hay un no-sé-que en un no-sé-donde que guía mis pensamientos. No soy devoto a dioses o a milagros, no sé, es algo más elevado. Soy la evolución misma del pensamiento del hombre, no entiendo ni lo que escribo, lo leo y me suena a fanático extremista. Mi mente dicta, mi mano escribe, mi mente racional no cuestiona. Camino de nuevo, callejones sin salida, antros de baja calaña con una riqueza enorme, es como entrar al Prado o al Louvre y deleitarse con las más grandes obras, personajes tan complejos y a la vez tan sencillos que deambulan solitarios en el mar de los muertos. Apestan, apestamos, somos reflejos pero huimos de encontrarnos cara a cara con nuestro propio rostro. Mirarnos a los ojos y descubrir las mentiras que hemos inventado, un engaño enorme-deforme que desfigura nuestra apariencia. El encuentro es lógico, el camino laberíntico, tarde o temprano nos conducirá de regreso. Día, día, noche, noche, que demonios, donde me encuentro, es un sótano, estoy amarrado de pies y manos. La venda en mis ojos únicamente me permite ver las sombras de cientos de pies en el suelo húmedo que avanzan de derecha a izquierda y viceversa. Un par de tacones se detienen, ansiosos buscan a uno y otro lado. Dos botas mas se detienen entre la multitud, esperan impacientes. Un par de zapatos elegantes se dirigen hacia los tacones. Las botas paso a paso se acercan, un ruido fuerte se escucha, la multitud desaparece, un cuerpo cae al suelo. Soy testigo de algo, no sé de que, ni de quién, pero lo soy. El día desvanece las sombras, el silencio vuelve. No hay preguntas ni habrá respuestas, no me importa, sólo estoy allí amarrado de pies y manos, venda en ojos allá arriba hay un objeto en el anden.

A través de una pequeña ventana se ven los destellos de la luz de un ala de avión. Vuelo rumbo a no-sé-donde, a mi lado una mujer joven de una mezcla racial extraña pero atractiva, escribe en su ordenador, se detiene toma un poco de vino, me mira y me entrega un periódico sin decir palabra alguna.
Mierda pero si estoy en primera plana, al parecer un grupo de neonazi me tenían secuestrado, no dan explicaciones al respecto… Bar con el número 88 en la puerta que significaba la octava letra del alfabeto, es decir la “h” dos veces y que daba referencia a Heil Hitler y… se debe ser un maldito genio para descubrirlo… los secuestradores y seguidores de la filosofía del Reich, dos jóvenes de 19 y 25 años….Sigo sin entender a esos cabrones y mas en estos días en que las mezclan predominan.

Aquel bar parece ser ideal para aquellas especies que únicamente se reproducen en cautiverio. Luces de colores, humo denso y frío, variedad de olores y sabores, rostros inquietos y espeluznantes. No hallo un lugar para quedarme, todos parecen defender su territorio. Me aferro más y más a mi vaso y lo llevo una y otra vez a mi boca, aquel sabor no concuerda con el sabor de una buena cerveza. Mi memoria no me engaña, lo que no entiendo es el porque de un desabrido vaso con agua en mis manos. A mi alrededor cientos de vasos con agua en otras cientos de manos y en las mesas y en la barra. Extraño club de abstemios anónimos o de adictos a extraños clubes o a extrañas sustancias anónimas.
Unos bellos ojos violeta en busca de un poco de dinero y placer se pasean de un lugar a otro. Parpadean, no se detienen, ocultan algo: miedo, angustia y ansiedad de lo inesperado. De lo inesperado de un puñal en su garganta y un cabrón dándole por el culo. O de un viejo decrepito-asqueroso lamiendo su delicada vagina mientras se masturba intentando pararse el pito. Es patético, vivo en mundo patético pero que más da. Creo que me observa, es más estoy seguro que me observa, sonríe, no puedo hacer nada para que deje de hacerlo. Realmente no la miro, la única imagen en mi cerebro es de sus labios carnosos en mi pito inmaduro, que más da: un viejo asqueroso e impotente o yo… In-Humanos patéticos rodeados de pensamientos patéticos.

La barra esta en el centro del lugar, voy en busca de un poco de cerveza pero me encuentro que sólo hay agua por todas partes y servilletas, miles de servilletas guardadas con extraño cuidado, observo y veo que cada individuo recibe una de diferente color. Recuerdo que yo al entrar e ir a la barra, el barman me pregunto el color, no le entendí y dije que cualquiera. La servilleta, la maldita servilleta tenía un punto en el borde derecho que se debía rasgar y mezclar con el agua. Lo hago y lo bebo.

Ahora estoy en Pekín, miles de personas caminando alrededor, motos, autos, edificios. Ahora camino sobre el océano, una isla se aproxima, estoy en Cuba, construcciones en ruinas, autos viejos, bicicletas. Grandes pantallas cubren todas las paredes del lugar, incluso las hay en el piso y el techo, la sensación es indescriptible.

Caigo de repente y descubro en mi mente lo que soy. Un espía soviético que fue infiltrado en el óvulo de una mujer que se dirigía a los Estados Unidos de América, el error fue que la señora nunca llego a su destino. Esa es la versión de mi psicoanalista, algo confusa, inverosímil pero según él tan real como mi piel negra. Una chica del bar me sonríe con ternura, pronto todo se nubla.

Estaba tirado en el único lugar donde las personas se ven a si mismas, en el baño de aquel nebuloso bar. Que sucedió, que sucede, aquel estado hacia de mi un animal guiado por impulsos primitivos. “Entiendo al mundo pero el mundo no me entiende” Aquel epitafio en la puerta frente al inodoro y aquel olor a amoniaco producido por la descomposición de la mierda y la orina me hacen saber que no puedo continuar así, la comida chatarra agujerea mi estomago.

Aquella mujer, aquellos ojos, aquella rosa, aquel cuerpo en el anden, aquel secuestro, aquella perdida de partes de la secuencia lógica de desplazamiento de un objeto en tiempo y espacio real, indican que algo esta muy mal. Serán los síntomas de la vida digital posmoderna. Hay saltos de tiempo y espacio, quién soy, de donde vengo, me hallo perdido, no comprendo aquel mundo real-irreal.

Camino desnudo por el pasillo que conduce al baño, eso no es extraño, lo extraño es si el pasillo de la que creías tu casa esta lleno de gente rara y además de todo descubres que no estas en casa sino en un hospital y padeces de un mal incurable.

V. Mad
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